Por fin ha llegado el día, los billetes de avión en el bolso y la maleta preparada encima de la cama con todo lo necesario para el tan esperado viaje. Tras varios años sin vacaciones y ahorrando como una hormiguita todo lo que podías, hoy por fin es el día en que vas a hacer realidad tu sueño….hoy te vas a París, la capital del amor.
Horas más tarde el avión aterriza en el aeropuerto Charles De Gaulle y una gran sonrisa aflora en tu cara iluminando todo el interior del avión. Ya estás en donde tanto tiempo llevabas soñando estar…"La ciudad de las luces". El taxi te deja en la puerta del Ritz y con su aire antiguo te lleva a la Francia del siglo XIX, con sus calles llenas de poetas, pintores y toda clase de artistas.
Sin más dilación, tu primera e ineludible visita es a la férrea imagen de la ciudad, la Torre Eiffel. Subes para así poder observar la ciudad en toda su extensión y contemplar por fin, lo que tantas veces anhelaste. Con el ojo puesto en uno de los telescopios colocados para tal fin, vas escudriñando cada rincón de tan majestuosa ciudad sin percatarte de que un caballero bien parecido y mejor vestido no deja de observarte desde el otro lado del pasillo mientras tú estás absorta en tus quehaceres turísticos.
Un inesperado golpe de viento hace que tu visera salga volando por los aires y por suerte para ti sea alcanzada por una mano enfundada en unos guantes negros. La mano del caballero que te observaba hasta hace unos instantes.
-Su visera mademoiselle- Te dice con un perfecto acento francés.
Le das las gracias con una de esas enormes y maravillosas sonrisas tuyas, a lo que él te contesta...-Siempre un placer mon cherry.
Los correctísimos modales del hombre te hacen ruborizar por un momento, para después, continuar con tu observación paisajística. Tras bajar del monumento, decides ir a tomar un café a algún típico restaurante parisino, cerca de los Campos Elíseos. El sonido de un acordeón te transporta al París de la posguerra, haciendo que el sentimiento de mil amantes te inunde y haga que una lagrimilla traviesa salte de tus ojos y muera en la comisura de tus labios.
En ese preciso instante un pañuelo blanco perfectamente doblado te es ofrecido para que seques tu llanto. Aceptas sin mirar quien te lo ofrece y al secar tus ojos y mirar hacia arriba descubres que el hombre que había rescatado tu visera era el que ahora te ofrecía un lugar donde reposar tus lágrimas.
Se presenta como el Duque Samuel de Saint-Luque y te pide permiso para compartir tu mesa, a lo que tú accedes casi hipnotizada por la galantería de este perfecto extraño. Te comenta que te ha estado observando, pues tu manera casi glotona de observar su ciudad, le ha llegado al corazón y se ofrece para hacerte de guía turístico en lo que te quede de viaje.
Tú te niegas, pero él insiste y no te queda más que aceptar de buen gusto la invitación de tan amable y guapo caballero. Levanta su bastón y una calesa tirada por dos caballos blancos se acerca hasta vosotros para llevarlos por las calles de la ciudad. Mientras, él te va contado miles de historias reales o ficticias, pero siempre maravillosas de cada lugar, plaza, estatua o edificio de la ciudad como si realmente de un guía turístico se tratara.
El Louvre, la belleza de sus cuadros te deja apabullada mientras los observas, sin darte cuenta de que a la vez, eres observada por Samuel como si fueras el más valioso cuadro allí colgado. Te giras un momento y por el rabillo del ojo te percatas de su mirada haciendo que el rubor vuelva a reaparecer en tus mejillas mientras que una sonrisa de infantil maldad asoma en su cara.
La majestuosidad de Nôtre-Dame te hace sentir un ser minúsculo cuando atraviesas sus puertas cogida del brazo de tu noble acompañante. Tu garganta está castigada al más bello de los silencios mientras absorbes con avidez las explicaciones de tu guía particular. Tú miras la inmensidad de la catedral y él la profundidad de tus ojos.
Se hace tarde y después de cenar algo liviano te deja en la puerta de tu hotel no sin antes agendar para mañana en el mismo sitio. Un beso en la mano sin llegar a rozarte con los labios y tu piel se conmociona de tan manera que sin saber que decir te giras y sales corriendo hacia en interior del hotel, dejando caer sin querer el pañuelo que llevabas rodeando tu cuello. Realmente un verdadero regalo para el duque. Al abrir la puerta de tu habitación un espasmo recorre todo tu ser al descubrir que esta, está llena de rosas rojas y lirios blancos con una nota que dice…"de París para su amante".
Te acuestas sobre tu lecho dejándote inundar por los miles de pétalos que en ella yacen y por el recuerdo de esos ojos clavados en tu ser durante todo el día de hoy. Esperando con ansiedad que el día despunte para volver a encontrarte con él. A la mañana siguiente un café, un croissant y a esperar la llegada de tu duque que como te imaginabas llega con puntualidad británica.
Primero una visita al centro nacional de arte Pompidou y después a hacer alguna compra en las galerías Lafayette. Tras estar todo el día dando vueltas por los lugares más vistosos de París y hablar de mil y una cosas intercambiando miradas y algún que otro roce buscado de manos, se adentran en el mítico Moulin Rouge para pasar una velada más desinhibida, no tan formal. Con la música, el baile de las coristas y el champagne, lo que antes eran infantiles roces, se tornan ahora en dos manos unidas en un tembloroso baile de dedos y siempre su mirada clavada en tus ojos.
Termina el espectáculo y te invita a un pequeño crucero nocturno por el Sena. Al salir, el fresco se ha adueñado de las calles y Samuel te protege los hombros con su capa mientras al hacerlo deja resbalar su mano con intención dejándola descansar en tu cintura, lo cual aceptas con agrado pues te mueres de ganas de que sus labios se duerman en los tuyos. De camino al embarcadero se detienen para observar cómo las estrellas brillan plácidamente en la más bella noche que jamás hubieras imaginado.
Sin esperarlo él se para y te mira a los ojos, mientras con ambas manos en tus mejillas, acerca lentamente sus labios a los tuyos y te besa dulcemente bajo la moribunda luz de una farola. Esa noche no volviste al hotel, esa semana no volviste al trabajo, esa vida de penas y sufrimiento terminó para ti y empezaste a vivir lo que siempre habías soñado.
Una vida de ensueño en la ciudad del amor.
París.
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