domingo, 31 de julio de 2016

Crítica "La casa de las bellas durmientes" de Yasunari Kawabata


Título: La casa de las bellas durmientes

Autor: Yasunari Kawabata


Edit: Caralt (trad.: Pilar Giralt)

ISBN: 84-217-2608-0

























Me imagino al viejo Yasunari, a sus 63 años recién cumplidos, viendo publicada su novela número diez, Nemeru Bijo o La casa de las bellas durmientes, con esa mirada perdida vestida de nostalgia que se cuela a través del humo que poco a poco consume un cigarro atrapado entre sus dedos de escritor. Me lo imagino así porque La casa de las bellas durmientes tiene un toque de balance de vida, de mirada hacia atrás en ese punto de la existencia donde intuyes que no queda mucho futuro por vivir.
Hay mucho de autobiográfico en esta obra de Yasunari Kawabata (14 de junio 1899, Osaka-Japón-16 abril 1972, Zushi-Japón). Sin ser su obra más notable (gozaron de más fama País de nieve o La bailarina de Izu, por ejemplo), La casa de las bellas durmientes fue dada a conocer gracias a unas declaraciones de Gabriel García Márquez en las que dijo que era la única obra japonesa que le hubiera gustado escribir. La leyó veinte años después de haber sido publicada, y sirvió de inspiración, no solo para su obra Memoria de mis putas tristes (2004) sino también para encontrar ciertas pistas sobre el comportamiento sexual en los ancianos a la hora de escribir El amor en lostiempos del cólera (1985) e incluso para su pequeño cuento El avión de la bella durmiente (leer aquí) incluido en su obra Doce cuentos peregrinos (1992), y en el cual hace clara referencia a la obra de Yasunari.
También sirvió de inspiración a una película australiana del año 2011, Sleeping Beauty, escrita y dirigida por Julia Leigh, que al parecer pasó con mucha más pena que gloria por algunos festivales como Cannes o Sitges.
Sinopsis:
Yasunari Kawabata (foto extraída de Google Images)

El viejo Eguchi, a través de su amigo Kiga, conoce de la existencia de una casa donde acudir a yacer al lado de mujeres jóvenes y vírgenes, que están profundamente dormidas gracias a una droga que les suministra la mujer que regenta la casa. Eguchi acude allí en cinco ocasiones a lo largo de la obra, siempre para dormir al lado de una chica diferente cada noche, salvo en el último capítulo en cuyo caso duerme con dos a la vez. Seis chicas a las cuales Eguchi “no debía hacer nada de mal gusto”, según las normas impuestas por la señora que regenta la posada.

La casa de las bellas durmientes yo lo percibo como un libro críptico, que nos habla más del autor de lo que pudiera parecer. La edad del anciano Eguchi (67 años), está muy próxima a la del autor cuando publica la obra (62). El escritor padecía de un insomnio crónico por lo que es probable que ese personaje que acude cada noche a dormir profundamente al lado de una chica joven de piel cálida, pueda ser una expresión literaria de sus propios deseos. Incluso, en el capítulo final, uno de los recuerdos que le asalta es el de la muerte de su madre, que muere de tuberculosis. El padre (no la madre) de Kawabata, muere de tuberculosis. Yo, como no creo en las casualidades, veo similitudes, y las hay, no me cabe la menor duda.
Luego está lo otro, lo referente a de qué nos habla Yasunari en su libro. Cada chica tiene algo, un labio que tiñe, una piel que roza, olores distintos, sobre todo olores. Todo en el libro es sensación, sensualidad, sexualidad. A través de esas sensaciones hay conexiones con recuerdos y vivencias, cuentas pendientes, caminos no recorridos, quién sabe si por miedo a no haberlos recorrido, lo cual es el germen mismo del arrepentimiento. Todos estos miedos son los que juegan en contra del sueño plácido, porque dormir, para quien tiene cuentas pendientes, es enfrentarse a los miedos:
…”la noche ofrece sapos, perros negros y cadáveres de ahogados”. Era un verso que Eguchi no podía olvidar. Al recordarlo ahora se preguntó si la mujer dormida –no, narcotizada- de la habitación contigua podría ser como el cadáver de un ahogado, y vaciló un poco en acudir a su lado…
El estilo de escritura de Yasunari es diáfano, un estilo poco recargado pero que a su vez deja rastros pleno de sensaciones en el lector. Esto lo logra a través de su carácter descriptivo y también desde ese establecimiento de conexiones imagen-recuerdo-sentido. Hay imágenes que siempre están presentes, en cada capítulo sin excepción, como para no dejar escapar al lector de esas cuatro paredes: el color y la luz de las cortinas que tiñen de rojo la habitación no es casual, se trata de una permanente conexión con la muerte. El té, que muchas veces toma reposado, algo frío, para luego entrar en calor con la manta eléctrica, salvo en el último capítulo que lo toma caliente (tampoco es casual), y ese romper olas contra el acantilado, que golpean tanto más fuerte cuanto más fuerte late su corazón y el de las chicas cuando se agitan en su sueño. La secuencia de capítulos es secuencia de vida, desde los recuerdos de olor a leche que le trae la primera de las chicas al recuerdo de la muerte de su madre en el último de los capítulos. En medio, la boda de su hija o los recuerdos de sus infidelidades. Un juicio a su vida en toda regla.
Por eso cala tanto su escritura y nos invita a acudir con él cada noche, a la casa de las bellas durmientes, a intentar conciliar el sueño.

Crítica: Miguel A. Brito


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